La hora

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S
e celebraba una conferencia de paz entre gobernantes. Pronto, el delegado fue a comprobar el acierto de sus temores, uno de ellos comenzó a exhibir todo su ejército armado, y para hacer una mayor ostentación de su desafío, hasta se hicieron sonar tambores de guerra. Con esto se interrumpió el encuentro. Todos se
volvieron... un estremecimiento de pavor invadió a los presentes. Entonces, situándose en una altura desde la que podía ser contemplado. Gritó con voz poderosa:
Nuestros príncipes se disponen a firmar la paz. ¿Cómo os atrevéis a interrumpirlos con estas bárbaras manifestaciones? Estáis alterando la voluntad que nos ha traído hasta un lugar sagrado. ¿No os dais cuenta de que desafiando a los dioses sólo conseguiremos que aumenten nuestras desgracias?





En aquel momento millares de ojos se fijaron en el duque a la espera de su reacción frente a la inesperada protesta del maestro de ceremonias. Pero aquél sintió vergüenza de la exhibición de fuerza que él mismo había aconsejado, y al momento, agitó un pañuelo para que el ejército se retirara.
Claro que los problemas no habían concluido. Al haber comprendido que la primera maniobra de las armas había fracasado, inició una segunda sirviéndose de bufones, enanos, payasos y cantantes burlescos. Esto provocó una gran confusión. Hasta que intervino de nuevo con parecida energía:

¿Cómo os atrevéis a envilecer de esta manera una conferencia de paz? ¡Detened a toda esta gentuza, para que sean castigado de acuerdo a las leyes de nuestros dos reinos! El duque no supo oponerse a tal intervención consumada por la callada certidumbre que los unía entre sí... Se retomó la vía de las negociaciones para más tarde concluir ésta ceremonia, firmando su acuerdo.